Respuesta a: ATENTA INVITACIÓN A POETAS Y ESCRITORES 

Por Rogelio Guerra Espinoza


Aguascalientes, Ags. 29 de abril 2019.


Reseña:

Autor del libro “La Educación Ambiental en la Educación Básica” IEA, 2003 // Coautor del libro “La vuelta a la ciudad de Aguascalientes en 80 textos” editado por el Consejo de la Crónica del Edo. de Ags., el ICA y la UAA en 2005 // Mención honorífica en el Certamen literario “Experiencias docentes en la promoción de la igualdad de género” SEP, 2014. Ha publicado en los periódicos: “El Sol del Centro” “Machete Arte” y “Página 24”.

Micro relato: La lucha por la equidad de género, la tolerancia y el respeto.

Al final…
A Rosario.

Por medio de una permuta de Hidalgo a Aguascalientes, llegué en 1983 a ejercer la docencia a la escuela primaria de La labor, Calvillo; un poblado pequeño como a treinta km. de la cabecera municipal. La labor se encuentra al pie de la carretera vecinal que cruza la Sierra fría y que une a Calvillo con el municipio de San José de Gracia.
Atendía un segundo grado y desde entonces me gustaba promover la reflexión en mis alumn@s. En una memorable ocasión, aproveché la oportunidad que una simple discusión entre dos discentes, Cuco y Chayito, me ofrecieron para establecer un debate grupal, fundamentalmente con la finalidad, como siempre, de que mis alumn@s desarrollaran su habilidad de argumentación y reflexión.
La controversia inicial versaba acerca de que los hombres no deberían cocinar: 
-¡A que no. A que eso no es de hombres! -, Decía él. 
-¡A que sí! Mi hermano a veces hace de almorzar, fíjate- Contestaba ella. 
-¡Pos será joto, porque eso es de mujeres! - afirmaba éste. Y ella: 
-¡Joto lo será tu abuela!
Yo pregunté al grupo qué opinaban al respecto y las opiniones se dividieron, comenzó un alboroto en medio del cual tod@s hablaban y cada vez más recio, al punto de que ya nadie escuchaba a nadie. 
Alguien, en medio de la reyerta gritaba: 
-¡¡Ni máiz!! ¡Yo no lo haría!- y otra voz: 
-¡Todos los hombres deben aprender a cocinar, si no, cuándo se vayan p´al norte ¿quién les va a hacer su comida?!- y empalmada con los gritos, una afirmación categórica: 
-¡Mi papá dice que eso es para las viejas! 
Al ver el interés que el tema causó, les propuse que ordenáramos la discusión, que nos ubicáramos en tres grandes equipos: los que decían que sí en un lado, los que decían que no, en otro; y los que no estaban seguros, en medio. Se valía cambiar de equipo según la argumentación los fuera convenciendo. Anudé mi paliacate alrededor de sí mismo, formando una pelota de tela y la lancé hacia quien alzaba la mano y quería hablar: quien tenía la bola, tenía la palabra. Cada vez que alguien terminaba su intervención, me regresaba el pañuelo hecho nudo y yo lo aventaba a un@ de l@ss much@s que solicitaban el uso de la palabra, un@ de cada grupo alternativamente. Las participaciones eran muchas y variadas, pero ya en orden, tod@s nos escuchábamos un@s a otr@s. El tema que había empezado con la cocina,  terminó versando acerca de si los hombres eran más importantes que las mujeres; si unas actividades eran más importantes que otras; si había trabajos exclusivos para uno u otro género y más allá: si las mujeres tenían iguales derechos y obligaciones que los hombres. Las intervenciones se desgranaban en cascada y las aportaciones y el debate eran para mí la más hermosa de las sinfonías, que no hay para un maestro música más dulce que las reflexiones verbalizadas de sus pupil@s, como fruto jugoso de sus enseñanzas.
Al final, fue poco a poco creciendo el grupo que argumentaba a favor de la equidad de género. Como se valía cambiarse de equipo si alguien se iba convenciendo de la justeza de los razonamientos, tod@s fueron quedando al fin, de un solo lado. Entonces aproveché para decirles que yo también quería expresar mi punto de vista. Después de felicitarl@s, les hablé de lo injusto de las discriminaciones, de la aspiración humana de un mundo mejor para todos y todas, donde impere la justicia y la equidad, poniendo énfasis en las cuestiones de género. Finalicé mi intervención preguntándoles si les parecía bien que hiciéramos algo que contribuyera a la convivencia armónica entre géneros con igualdad de derechos, obligaciones y oportunidades, empezando en nuestra aula.

El programa de estudios de segundo grado indica que se elabore en grupo el reglamento del salón, así que aproveché el momento y propuse que lo redactáramos en equipos de a cinco y luego lo socializáramos, compactándolo en uno solo para después escribirlo en hoja grande y pegarlo en la pared... 
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En la actualidad, soy integrante de un taller literario autodenominado “La Cofradía” y hace poco, como parte de las actividades de aniversario de la Escuela Normal Superior Federal de Aguascalientes, nos invitaron a realizar una sesión pública en la explanada del plantel ante la comunidad estudiantil. En ello estábamos, leyendo cuentos y poemas; citando a un mar de autores, desde Homero el griego hasta Marcos el indígena, cuando ocurrió a color y en vivo, lo que me pareció un “poema pedagógico”; un loa de esos que a veces la vida te lanza dándole sentido y significado a tu existencia, recordándote que vale la pena la ardua tarea educativa: una jovencita maravillosa, acercándose a la mesa donde los cofrades navegábamos entre ripios y metáforas, pidió el micrófono. Allí, ante el desconcierto de tod@s, habló y dijo más o menos lo siguiente:
-Me llamo Rosario. Soy estudiante de noveno semestre de la licenciatura en inglés en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Quiero agradecer públicamente a un profesor que seguramente no me reconoce porque me dio clases hace muchos años, pero fue mi maestro en segundo grado de primaria. Gracias a sus enseñanzas, me aferré a la idea de que aunque fuera pobre y a pesar de ser mujer, tenía derecho a estudiar una carrera universitaria en la ciudad. No fue fácil convencer a mi familia ni sortear tanto obstáculo que hubo en mi camino. Parecía que el mundo se confabulara para que, solo por ser mujer, aceptara un destino que de antemano me habían fabricado y que no incluía el que yo estudiara, me desarrollara, fuera independiente y lograra mi autonomía. El “El eres pobre y de pilón mujer, resígnate, no se puede” lo escuchaba en todas partes. Lo cierto es que cuando estaba a punto de darme por vencida, me acordaba de este, mi maestro favorito, y sentía que no le podía quedar mal a él ni fallarme a mí misma... y aquí estoy: ¡Saliendo adelante, a pesar de todo!- luego, volteando hacia mí, mirándo a través de la humedad de sus ojos, agregó dos palabras que son el himno más humano que una generación puede cantarle a otra:
-¡Gracias, maestro!
Nos abrazamos. Parece que la ternura es contagiosa, pues cuando me di cuenta, no éramos los únicos que llorábamos. La situación fue coronada por un aplauso quedo y pausado que fue creciendo hasta convertirse en estruendo. Estoy seguro que esa sinfonía de palmas estaba rubricada por el mismo anhelo humano aquel del que hacía catorce años un joven maestro rural les hablaba a sus pupil@s de segundo grado de educación primaria en una escuelita perdida en medio de la Sierra Madre Occidental: un mundo de justicia, equidad y libertad para tod@s, es decir, para todos y más aún, para todas.
Rosario: sigamos en la lucha. ¡Logremos la utopía! 

Rogelio Guerra Espinoza.
Noticen.com.mx

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