El Desprecio
Por Sergio Rodríguez Prieto
30 de julio 2019


“…No soy una mujer hecha a la medida de nadie, tengo mis alas más grandes que lo normal…”.

Me lo comunicó como de una forma distraída -supongo que para no darle tanta importancia a la intención-, y ello sin duda me alertó para moderar mis aspiraciones/intenciones de estar o convivir mas tiempo con ella. Aún así, no iba a dejar de proponerle actividades a realizar de forma conjunta (las adecuadas, se entiende, para una dualidad 60/20). Ir al cine, por ejemplo…

Y entre ajustes de días y horarios, aparece la idea de ver juntos una película (titulo seleccionado por ella) en casa mía…, de saborear su ensalada favorita adquirida exprofeso…, de quedarse a dormir… ¡Que belleza! A todo digo que sí…

Y me preparo para el gran evento al llegar el día programado.

- Primera llamada, primera: “…Creo no poder quedarme a dormir con usted. Le llamo al rato para que pase por mi”.

- Segunda llamada, segunda: “…Se me atravesó un evento familiar. Lo dejamos para mañana…”. Bien, respondo, y me despido en espera de instrucciones para el siguiente día.

- Tercera llamada, tercera: “…¿Cómo amaneció?…”, me cuestiona. Obvio, no le iba a decir de mi desencanto, ni de mi tristeza. Respondo que todo bien, pero horas intrascendentes.

- Ultima llamada, última: EL SILENCIO.

Y sí, con ello, terminé de entender: “…No soy una mujer hecha a la medida de nadie, tengo mis alas más grandes que lo normal…”.

Pero resulta que esto ya lo había vivido, pero en sentido contrario: Justo había cumplido dieciocho años de vida, cursaba ya el segundo año de la carrera de derecho en la Universidad de Guanajuato y en ese momento, tenía mi domicilio justo en el centro de la ciudad, Calle Juárez, casi a un lado de las instalaciones en ese tiempo del Poder Judicial del Estado. Tenía todo lo que necesitaba y siempre, a unos cuantos pasos: universidad, cine, teatro, radio (lugar de trabajo), café, mercado… Cero problemas de transporte público. Y como se trataba del centro de la ciudad, la apertura de establecimientos comerciales comenzó a darse. Uno de ellos, de reciente creación, a dos puertas de la casa de asistencia en la que me hospedaba, lo constituyó una atractiva “boutique” (concepto novedoso para ese tiempo, y utilizado para  hacer mas sofisticado el negocio de venta de ropa para mujer), atendido por dos hermosas jóvenes (de buen ver y de mejor tocar), hermanas ellas e hijas de una de las familias mas influyentes y poderosas económicamente en tal Estado. Supe que no asistían a la universidad, y quizá tal negocio se abrió para su entretenimiento o elemental ocupación. No quise indagar más cuando pude hacerlo, hasta qué…

Cierta ocasión, llegando a mi domicilio al filo del mediodía, me doy cuenta que dialogan fuera de la “boutique” en cuestión una de las chicas con un señor mayor (me enteré luego que se trataba de su padre), y al momento de ocurrir ello, dirigían sus miradas hacia mi persona: ¿algo estarían comentando sobre mi? Y sí: la nena le estaba diciendo al señor: “…¿Me lo compras?…”.

Días después así me lo hizo saber el padre de la nena, acompañado ello de una oferta harto atractiva: buena casa, atención, cuidados, “beca”, excelente compañía, futuro económico asegurado… ¿que pasó? Yo también la desprecié…

Sergio Rodríguez Prieto
30 de Julio de 2019
Aguascalientes, Ags.

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