¿Negativo Pareja?
Por Sergio Rodríguez Prieto
13 de agosto 2019





            Ambos perdiendo el tiempo, ilustrándonos con temas del pasado centrados en el folklore urbano nacional, nos encontramos en la red, con la rutina de Óscar Burgos y su muñeco “Cucufato”. Llegó el momento en que, en el desarrollo de su rutina, el citado muñeco le pide amablemente al Burgos lo siguiente: “...Déjame las pinches patas... me encabrona que me toquen las pinches patas...”. Al insistir en esa actividad, vuelve el muñeco a exigir: “…Déjame-las-pinches-patas...”. Todo bien hasta ahí.

                     Después de tan relevante información, se me ocurre ser cariñoso con Mariana y le toco una de sus orejas. Respuesta inmediata ante la acción: “...Déjeme las pinches orejas... me encabrona que me toquen las pinches orejas...”. Me hago el desentendido y reitero la intención. “…Déjeme-las-pinches-orejas…”. Vaya problema que se presentaba al futuro inmediato: no solo buscar, sino encontrar la vía aceptable para el pleno desarrollo sensual…

                     Esto me lleva a contarles lo ocurrido en otra de mis guardias en la Agencia del Ministerio Público, a finales de la década de los 70’s del siglo pasado, y que tiene que ver con el desconocimiento que en términos generales se tiene de las formas adecuadas para la realización y goce de la actividad sexual. Iniciaba mis labores un viernes  a las nueve de la mañana (recordar que tales guardias se cubrían por 24 horas, para descansar cuarenta y ocho), y aproximadamente a las veintitrés horas de ese día, se presenta una madre angustiada, acompañada por dos de sus hijas (la mayor -ésta apoyada por su novio, por cierto, futuro esposo-; y la menor de aproximadamente trece años), para “denunciar” el “rapto” de la tercera de sus hijas, que contaba en ese momento con la edad de diecisiete años recién cumplidos. También recordar en que la década de los setentas, eran muy comunes las “querellas” (mínimo dos diarias) por la “comisión de los delitos” de “rapto y estupro”. Se proporcionó información de que se había “fugado” con el novio, claramente identificado. Tomados los datos correspondientes, se procedió a la localización de la joven “raptada”. Nada relevante ocurrió durante el resto de la guardia.

                            El lunes siguiente, aproximadamente a las once horas, se me informa por los agentes encargados de la localización, que la pareja en cuestión ya había sido encontrada, y de forma inmediata fue llevada a la oficina que tenía asignada para mi trabajo. A los protagonistas del evento, se les veía cansados, y diría que hasta mal alimentados en ese momento. Se pidió entonces que se informará a la madre preocupada de tal rescate, la que por supuesto se presentó casi de manera inmediata en mis oficinas. Destaco que en esa etapa histórica de la sociedad local (hoy ya no ocurre tanto, o por lo menos eso supongo), una de las principales preocupaciones de los padres, era la conservación de la “virginidad” de sus hijas antes del matrimonio. Así que…, pues a revisarle “aquellito” a la joven perdida por un fin de semana, tarea que tenía que realizar el médico legista en turno, y claro está, en presencia de la madre.

                            Mientras ello ocurría, quedaba el hambreado y desvelado raptor en la oficina del M.P. (entiéndase Ministerio Público, no el Muy Pendejo, como algunos despistados quieren interpretarlo hoy en día) en espera del resultado de la “investigación”, para conocer así de su inmediato destino, en cuestión de minutos.

                            Para mayor comprensión del acontecimiento, agrego que la forma de comunicación que se tenía entre los integrantes de la entonces Procuraduría General de Justicia en el desarrollo de su trabajo, era por “claves”; así, para saber donde se encontraba ubicado el personal, se les preguntaba por radio: “…déme su 12…”; una vez conocido el lugar donde permanecían, en ocasiones agregaban: “…tenemos un 51…”, es decir, una persona privada de la vida; o “…tenemos un 14…”, que significaba que había ocurrido una afectación a la propiedad; o un 28, que se traducía en accidente de tránsito, entre otras variables.

                            Bien. Como ya dejamos que el médico legista hiciera su trabajo (cuyo resultado de observación ya era previamente conocido por la madre interesada), le pregunté qué información me daba de ello. La respuesta fue sencilla: “…4, mi licenciado…”.  Como dicha respuesta se hizo en presencia del joven raptor, éste inmediatamente reclamó y nos manifestó: “…Falso. No fueron cuatro, solo fueron dos…”. Decidí entonces dejarlo privado de su libertad por diversa razón, y no por su “confesión”. Y aclaro ahora: el número 4 se utilizaba como sinónimo de NEGATIVO…, “…negativo pareja…”.

                     Por cierto y para que no quede duda: el acceso adecuado para la relación sexual satisfactoria con Mariana, lo fue precisamente por tocarle las pinches patas…


Sergio Rodríguez Prieto
13 de Agosto de 2019
Aguascalientes, Ags.

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