"Mi Marido... El Juececillo".
Por Sergio Rodríguez Prieto
11 de agosto 2020. 

“…A falta de buenos hombres, a mi marido hicieron Alcalde…”.
Viejo refrán español.


Con la autorización de Jaime Macías de Luna.


                           Ya en entregas anteriores, les daba yo a conocer las diversas actividades y/o profesiones que  medianamente he desarrollado a lo largo de mi existencia. También -ya lo expliqué en la ocasión pasada-, las que podría realizar en breve, como la de ser administrador de un prostíbulo (lenón, pues), o su equivalente, fotógrafo porno, en “Mariana Productions”. Hago el recuento: ayudante de cantina, locutor, productor radiofónico, disk-jockey, agente del ministerio público, profesor de bachillerato, catedrático universitario, cronista de jazz y rock, relator, conferencista, elaborador de normas jurídicas, aspirante a integrar el Comité de Participación Ciudadana del Sistema Estatal Anticorrupción en dos ocasiones, y “bateado” en dos ocasiones, comentarista político y jurídico... en fin. De lo que estoy cierto es que nunca caeré tan bajo en mi existencia (y vaya) como para ser juez, y no de “plaza”, puesto que eso de la tauromaquia me resulta muy científico, sino juez de cualquier consejo de judicatura, de poder judicial, pues. De esos que hasta en casa son denostados, como debe de ser... Tal el tema de hoy.

                           Ya les comenté también la historia de “La Loba”... Les recuerdo que en mi añeja actividad de Ministerio Público, me correspondió ejercitar acción penal en contra de aquella, por considerarla probable responsable (así se decía) en la comisión del “delito” de lesiones en riña, con el carácter de provocada. Le correspondió atender el asunto, al Juez Penal en turno (no recuerdo el número que lo identificaba) Licenciado Jaime Macías de Luna, mejor conocido como el “juez de los autos”, no porque disparara a diestra y siniestra “autos de formal prisión” (como sigue siendo costumbre, hoy disfrazados de “vinculación a proceso”: un juez de control que se precie de serlo, jamás negará un vaso de agua ni una vinculación a proceso), sino porque tenía en ese tiempo más conocimientos de mecánica automotriz que de Derecho Penal. También como yo, “dobleteaba” actividades impartiendo clases en bachillerato, en específico, “Antropología” -formación académica, si tiene-. El caso es que en efecto, y por lo denigrante de la función que desempeñaba en el poder judicial local, no iba a permanecer en tal status por mucho tiempo, aunque en ese momento no estaba tan consciente de ello; lo supo poco después. En consecuencia...

                           Pasan los años, y como también ya les comenté con el relato de “El Caldo de Camarón”, tiempo después vuelvo a contactarlo, ahora ya desempeñándose el citado como Defensor de Oficio en materia federal, en el único Juzgado de Distrito en funciones en el pueblo. Sin duda, un avance importante en términos personales. En un abrir y cerrar de ojos (así se dice), de solo tener un juzgado de distrito, su número creció de improviso, y así un dos, y un tres de golpe, y luego el cuatro y el cinco, (aunque de todos ellos, no se estructure uno por lo menos decente y eficaz hoy en día). La proliferación necesaria de defensores de oficio iba a la par con el número de juzgadores, pero en ese espacio, el de mayor experiencia, lo era sin duda Jaime. Cabe señalar que de ello, estaba y lo mostraba, muy orgullosa su esposa, al grado tal (lo recuerdo bien), que cuando la secretaria que tenía asignada se retiraba por el tema de las vacaciones, era precisamente la esposa de Jaime, quien lo auxiliaba en sus funciones cotidianas. La necesaria digresión: en la Defensoría de Oficio del Juzgado Primero de Distrito en el Estado, cuando se encontraba instalado en las calles de Juan de Montoro, se servía el mejor café.

                           ¿Por que no he caído tan bajo y no he realizado funciones de juez? Pues porque ello no es algo plausible. Entiendo que la relación laboral que tenía Jaime en el Juzgado de Distrito al que se encontraba adscrito, no era mala, al grado tal de agradecer ello al titular de la dependencia con una suculenta cena familiar. Y ello, explicado con detalle por la esposa de Jaime, quien en tal reunión y en confianza, comentó a los presentes (juez de distrito incluido), que tal evento fue posible a partir de que mi flamante Defensor había cambiado de trabajo, lo que no hubiera sido posible cuando Jaime era un simple juececillo (¡verdad pura!)… No me pregunten quien o quienes salieron “raspados” con tal afirmación.

Sergio Rodríguez Prieto.
Aguascalientes, Ags.
Año del confinamiento.
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