A propósito del 14 de febrero

Ignacio Ruelas Olvera

14 de febrero 2022.

 

En medio del ambiente hostil de la pandemia covid-19, de la amenaza del “ómicron”, del comportamiento desenfrenado e imprudente de las personas, sobre todo en el barrio de San Marcos, en el que se sitúan más cantinas, en todos sus formatos, que escuelas en la ciudad, caminaba ataviado con sombrero y un bolso en el que llevo consigo a más de un libro, sanitizantes, cubre bocas, gel desinfectante, toallas desechables... Cargado con el bolso y el sombrero tipo “caleñé antiguo” recorría el “jardín en primavera” de imágenes poéticas de todos los tiempos. Realizaba una auditoría del estado que guarda: hemos depredado la zona sanmarqueña y permitido que se acaben los árboles del jardín; hemos convertido al barrio en cantinas que rompen el punto de equilibrio. Vi a una pareja que observaba una ardilla. Ambos jóvenes. Inferí que anhelaban abrazarse. Mostraban nervios y miedo; al joven sus mejillas rojizas lo delataban, con seguridad las manos le sudaban, tenía esperanza de cariño. Ella mostraba carita de temor. Pensé que simulaban, fingían analizar, además, las esculturas y encontraban los valores estéticos surgidos de los bronces.

El jardín es comarca de ardillas, una de ellas se enredó en mis pensamientos y con la incertidumbre de ¿qué pasaría?, transité muy cerquita de la pareja, se me ocurrió ayudarlos en sus afanes recíprocos, aportarles pedagogía, ayudarles a hacer lo que realmente querían, declararse. Los saludé y les dije soy Jacinto Nalgapinta, “fotógrafo” de afición, les comenté que ultimaba detalles a una carpeta sobre el amor en “el jardín en primavera”. Que trabajaba en una carpeta de fotos con el tema “amor en el mes del amor”. Les solicité me ayudaran permitiéndome tomar unas fotos, solos y abrazados, les mostré mi minicámara, el celular, (mi cámara profesional). Se miraron, se rieron, como me vieron muy serio accedieron. Me ayudó el sombrero, dio seriedad al diálogo.

Posaron solos y con un abrazo sólo por cumplir. Les pedí que ese encuentro mostrara el abrazo de verdad, que vibraran las fotografías, que mostraran el abrazo de amor genuino, ¡vamos!, como si tuvieran ganas de abrazarse. Me puse a distancia para disparar la lente. Le dije al joven caballero que tratara de apretar un poco más a su pareja. Así los dejé un poco, mostré mí, supuesto, arte como si no encontrara el ángulo adecuado para la fotografía; les pedí sonreír, hice “clic”; les pedí un favor más, si pudiera tomarles otra foto, ella al frente y él atrás. Sonrieron y accedieron, por cierto, se acomodaron muy bien, ver la cámara les dio seguridad y relajamiento, dominaron la pena de estar frente a frente. Finalmente, les dije, seguía la parte más importante, la última toma y pose debería de comunicar a una pareja que realmente se amaba, para el acuerdo comentaron algunas cosas en voz baja y con caras compungidas, para ese momento ya me había ganado su confianza, cuando hay confianza funciona todo; les sugerí abrazarse de tal forma que expresaran corporalmente un discurso de amor muy grande, les motivé diciéndoles que tenían como testigos las flores, bajo el aroma de “huele de noche”, como sacerdote al “jardinero (que) resultó poeta” y, el jardín en modo Basílica, según los versos de Fernández Ledezma.

Simulé contar el tiempo, que realmente lo hice, pregunté ¿listos? Con nerviosismo se abrazaron. Les dije que tal vez con un beso, se vería más real. Estallaron en una carcajada y se separaron. Me quedé serio, con esa seriedad que caracteriza a todo fotógrafo profesional, hice valer mi sombrero “Tardan” que dejaba ver “las nieves del tiempo” que platean mis cienes.  No tenían escapatoria, debían darse un beso y posar para mi “improvisado” arte fotográfico. Me dijeron: sí, pero en “la mejilla”, estaban muy nerviosos. Les dije: ¡está bien!, veamos como sale. Él le dio un beso en la mejilla derecha, yo expresé el lenguaje de un fotógrafo, medí el ángulo, calculé la distancia…, obturé la lente, tomé la foto. Sería más real con un beso en la boca, dije, aunque sea chiquito, ¿lo quieren intentar?, agregué. Se sintió como que ingresaron a un congelador, empero me resultó la pedagogía con lo que fui llevando nuestro conversatorio, no tenían manera de decir no. ¡Accedieron! Les tomé la foto. Me dieron su número de teléfono celular para enviarles las imágenes del “estudio fotográfico”. Les agradecí y me retiré, seguí disfrutando el jardín de artistas y poetas.

… Un poco más tarde encontré a la pareja, ya estaban tomados de la mano y abrazados. Sonreí en la soledad de pensamiento. Creo que les ayudé a vencer sus aprensiones. Me cuestioné, ¿quién me ayudará a vencer mis miedos? Será lo único que me voy a llevar después de la vida..., pues “ni un puño de tierra” …

 

 


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